David González: «Lo que comemos recorre 4.000 km antes de llegar a nuestra mesa»

Buque mercante

[ctxt]

La cuestión energética es el talón de Aquiles de nuestro sistema agroalimentario

El pasado mes de mayo se publicó un estudio sobre la cantidad de alimentos frescos consumidos, en la ciudad de Vitoria-Gasteiz y el porcentaje de producción local. El resultado es impactante; solamente el 1% de los alimentos que consumimos en la ciudad tienen origen en Álava. Un 2,4 % si le sumamos Gipuzkoa y Bizkaia. A pesar de ser una provincia eminentemente agrícola, prácticamente la totalidad de nuestros alimentos provienen del exterior. Si el mismo estudio se realizara en diferentes ciudades, los resultados serían similares. Nuestro grado de dependencia de las cadenas largas de suministro alimentario globalizado es enorme. Los alimentos que importamos recorren una media de 4.000 kilómetros antes de llegar a nuestras mesas y para ello necesitamos combustibles fósiles baratos que lo hagan posible.

La cuestión energética es, precisamente, el talón de Aquiles de nuestro sistema agroalimentario. Su dependencia de recursos energéticos no renovables en un contexto de creciente escasez, y su enorme complejidad, hace que como sociedad seamos cada vez más dependientes, frágiles y vulnerables. En los últimos tiempos, son varias las señales de agotamiento que hemos percibido, como los problemas de abastecimiento sufridos durante y después de la crisis de la covid, el incidente del canal de Suez o el reciente conflicto bélico entre Rusia y Ucrania.

Cuando hablamos de crisis y transición ecosocial, enseguida nos viene a la cabeza el sistema energético, pero rara vez se tiene en cuenta el peso y la urgencia de realizar una transición del sistema agroalimentario, especialmente si tenemos en cuenta que muchas de las actividades de este último, difícilmente podrán ser electrificadas. Ambos sistemas están profundamente entrelazados. Sin transición agroalimentaria no habrá transición energética. La transición energética afectará directamente al sistema alimentario, y viceversa.

La energía en los sistemas agroalimentarios

El sistema agroalimentario es cada día más insostenible, tanto desde un punto de vista ambiental, como energético. La maquinaria agrícola, así como los sistemas de bombeo para la extracción de agua subterránea e irrigación usan diésel; los fertilizantes y plaguicidas son producto de la industria petroquímica; en la producción de semillas, en los piensos de la ganadería, durante la cosecha, el procesamiento de la comida y su empaquetamiento, el transporte y la refrigeración, todas las etapas de la distribución implican un uso masivo de diésel y electricidad, esta última a su vez generada principalmente con combustibles fósiles.

El aumento del rendimiento de las superficies ha hecho posible alimentar a una población que se ha multiplicado por seis desde los inicios del s. XX

El consumo total de energía en la agricultura se ha disparado desde 1970 hasta ahora. En el caso del gas y el diésel, se ha multiplicado casi por cinco y la electricidad ha aumentado casi diez veces. El sistema agroalimentario consume alrededor del 30% de la energía mundial –en su gran mayoría fósil–, de la cual el 70% se consume fuera de las fincas, en las largas cadenas de distribución y consumo. Alrededor del 30% de esa energía se desperdicia a través de pérdidas de alimentos en un punto u otro de la cadena de valor. Alrededor del 80% de la energía total asociada al ciclo de vida de los alimentos proviene de combustibles fósiles, especialmente gas, para el procesado de alimentos.

A pesar del riesgo que esta dependencia tan grande del sistema agroalimentario de recursos no renovables supone, debido a cuestiones como la inestabilidad geopolítica o la superación del cénit productivo de algunos de ellos, el consumo de energía en los sistemas agroalimentarios aumentó más de un 20% entre 2000 y 2018.

¿Pero cómo hemos llegado a este punto?

De cómo la Revolución Verde allanó el camino de la intensificación y la expansión del consumo de recursos fósiles en el sistema de producción de alimentos

Los seres humanos a lo largo de la historia, hemos producido alimentos a partir de la utilización de recursos mayoritariamente locales. Con la revolución industrial se empieza a importar insumos de territorios alejados y comienza el desacople entre sistemas agroalimentarios y territorio. Posteriormente, en el siglo XX, se produce el impulso del modelo industrializado basado en combustibles fósiles y, por tanto, en la importación de energía. Fue al calor de la Revolución Verde de las décadas de 1950 y 1960, cuando se implementaron a escala masiva una serie de innovaciones en agricultura, que promovieron la utilización de nuevas variedades de plantas con mayor rendimiento, el empleo de maquinaria pesada, así como el uso de fertilizantes y pesticidas químicos para aumentar la producción. También se desarrollaron nuevas técnicas de riego y métodos mecanizados para cultivar los campos. Los derivados del petróleo y el gas natural son fundamentales para este tipo de agricultura, hasta el punto de que se necesitan hasta 13 unidades de energía fósil por cada unidad de energía alimentaria producida.

Las grandes cadenas controlan hasta el 80% de la comercialización de los alimentos en los países industrializados

La Revolución Verde tuvo un gran impacto en la agricultura, y permitió aumentar la producción de alimentos y reducir la escasez de alimentos en muchas regiones del mundo. La multiplicación de los rendimientos por superficie ha hecho posible alimentar a una población que se ha multiplicado por seis desde los inicios del siglo XX, pero la cantidad de energía se ha multiplicado por ocho, lo que ha provocado un descenso en la eficiencia energética de la agricultura.

Este enfoque vinculó los sistemas alimentarios a los combustibles fósiles y desplazó otros enfoques agrícolas más sostenibles y regenerativos que podrían haber mantenido la integridad del ecosistema y respaldado la soberanía alimentaria sin depender de los fertilizantes fósiles.

Cadenas largas de producción, distribución y consumo

De la mano de la Revolución Verde también vino la construcción del régimen corporativo alimentario, propagando este modelo industrial de producción agrícola en el Sur Global. Durante décadas, las políticas de ajuste estructural del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional y la creación de la Organización Mundial del Comercio fueron eliminando barreras a los flujos de capital. Los acuerdos de libre comercio de la década de 1990 consolidaron los oligopolios agroalimentarios mundiales y un mayor control de la cadena alimentaria. Este dominio corporativo solo ha sido posible gracias a la estrecha relación con la energía fósil barata tan necesaria para su funcionamiento y a los lazos con el oligopolio energético.

Estos procesos de concentración de mercado han sido especialmente relevantes en la fase de distribución alimentaria, en la que las grandes cadenas controlan hasta el 80% de la comercialización de los alimentos en los países industrializados. Esto ha supuesto que nuestros alimentos se produzcan cada vez más lejos, en lugares en los que la rentabilidad económica en muchas ocasiones se consigue a costa de precarizar las condiciones laborales y sociales de las personas productoras, incrementando por el camino el dominio de una logística internacional.

La FAO proyecta que el consumo de fertilizantes nitrogenados sintéticos aumentará un 50 % para 2050

Agricultura petroquímica

Sostener la cadena alimentaria actual sólo puede realizarse a través de insumos petroquímicos. Los combustibles fósiles se utilizan en la fabricación de pesticidas y fertilizantes nitrogenados de síntesis, principalmente del gas, en un proceso que requiere de altos niveles de presión y elevadas temperaturas. Su coste energético es de aproximadamente el 40% del total de la producción agrícola en algunos países desarrollados y hasta del 70% en los que están en vías de desarrollo.

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