El sistema alimentario contemporáneo no está hecho para resistir nuestra era de policrisis
Nos encontramos inmersos en una grave crisis alimentaria mundial caracterizada por el aumento del hambre en un contexto de creciente fragilidad ecológica. Esta crisis alimentaria debe considerarse parte de una policrisis más amplia, en la que la emergencia climática se entrelaza con una crisis económica y de deuda, una crisis sanitaria y una crisis geopolítica. El hecho de que estas diferentes crisis no puedan separarse fácilmente habla de la naturaleza interrelacionada y solapada de los sistemas económicos, ecológicos, sanitarios y geopolíticos contemporáneos.
La interacción global de estos sistemas crea dinámicas complejas con resultados a veces impredecibles. No es la primera vez que asistimos a una crisis alimentaria mundial que se enreda en una policrisis más amplia; la naturaleza repetida de la policrisis apunta a características estructurales más profundas del sistema alimentario mundial que lo hacen especialmente vulnerable a las catástrofes. Para combatir la crisis alimentaria, debemos transformar nuestros sistemas alimentarios para hacerlos más justos y sostenibles, y para ello debemos comprender la dinámica que causa el hambre.
La crisis dentro de la policrisis más amplia
En 2022, el número de personas que sufrían hambre crónica había aumentado en 122 millones con respecto a la cifra de 2019, lo que elevaba el total mundial a casi 800 millones. Esto supone el 9% de la población mundial. Una serie de acontecimientos -la pandemia mundial, una aceleración de la emergencia climática, los conflictos geopolíticos y la incertidumbre económica- han impulsado esta crisis alimentaria desde 2019. Estas sacudidas superpuestas provocaron rupturas en el sistema alimentario mundial, socavando la seguridad alimentaria. Esta actual crisis alimentaria mundial, sin embargo, no es simplemente el resultado de múltiples desencadenantes que actúan sobre un sistema aislado. Por el contrario, forma parte de una constelación de crisis que juntas constituyen una policrisis mundial. Como ha escrito el historiador Adam Tooze para el Financial Times, aunque las perturbaciones que contribuyen a una policrisis puedan ser dispares, "(...) interactúan de modo que el conjunto es aún más abrumador que la suma de las partes".
Este tipo de efectos interactivos se afianzaron con la llegada de la pandemia de COVID-19 a principios de 2020. La propagación de la enfermedad se combinó con las respuestas políticas y ralentizó la actividad económica. Esta dinámica perturbó las cadenas mundiales de suministro de alimentos, lo que provocó un colosal despilfarro de alimentos en algunos lugares y una aguda escasez en otros. Estos resultados desiguales se vieron exacerbados por la naturaleza globalizada de las cadenas de suministro de alimentos, en las que aproximadamente el 20% del suministro de energía alimentaria en todo el mundo procede de alimentos importados. La pandemia, y las políticas que los distintos países decidieron aplicar en respuesta a ella, aceleraron el inicio de una crisis económica que tuvo efectos dramáticos en los sistemas alimentarios desde Etiopía hasta Japón.
«A mediados de 2022, la inflación de los precios de los alimentos se disparó muy por encima del 20% en algunas partes de África, Asia, América Latina y Europa, lo que contribuyó a una crisis del "coste de la vida" y a otras réplicas políticas»
A partir del primer semestre de 2020 se produjo una recesión mundial, con un aumento de la tasa de desempleo y la repentina incapacidad de los más pobres y vulnerables para comprar y acceder a alimentos suficientes. Incluso cuando la actividad económica comenzó a recuperarse a finales de 2020 y principios de 2021, las continuas interrupciones de las cadenas de suministro mundiales provocaron una enorme presión inflacionista que hizo que los precios de los alimentos aumentaran bruscamente; en la mayoría de los países, a tasas superiores a la tasa de inflación general. A mediados de 2022, la inflación de los precios de los alimentos se disparó muy por encima del 20% en algunas partes de África, Asia, América Latina y Europa, lo que contribuyó a una crisis del "coste de la vida" y a otras réplicas políticas.
A esta fragilidad económica exacerbada por la pandemia se suma una creciente crisis de la deuda mundial que está golpeando duramente a los países del Sur Global. La continua inflación de los alimentos, unida al aumento de los tipos de interés, ha obligado a muchos países a elegir entre pagar la deuda o garantizar la alimentación de la población. Este es un claro ejemplo de cómo la deuda insostenible refuerza unos sistemas alimentarios insostenibles, caracterizados por la dependencia de los alimentos importados, la volatilidad de los mercados y los flujos financieros extractivos.
Las crisis geopolíticas han amenazado aún más el sistema alimentario en los últimos años, sobre todo la invasión rusa de Ucrania, en curso desde principios de 2022. Tanto Rusia como Ucrania son importantes exportadores de trigo, maíz y semillas oleaginosas, lo que significa que el inicio de la guerra desató un gran pánico en los mercados mundiales de exportación de alimentos, que empujó los precios aún más alto que sus niveles ya récord. Los países de África y Oriente Medio, que dependen en gran medida del grano procedente de Rusia y Ucrania, tuvieron que buscar de repente otras fuentes de importación.
«En 2023, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) estimó que entre 20 y 30 millones de personas más pasaban hambre en el mundo como consecuencia de la guerra en Ucrania»
Para agravar esta situación, el temor a una escasez localizada de cereales provocó inversiones financieras especulativas en los mercados de futuros de cereales, con lo que los precios alcanzaron cotas muy superiores a las que justificaban las condiciones de oferta y demanda. Aunque los precios de los alimentos empezaron a bajar a medida que avanzaba 2022, la guerra entre Rusia y Ucrania contribuyó a mantener la volatilidad y los precios elevados en los mercados mundiales de cereales. En 2023, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) estimó que entre 20 y 30 millones de personas más pasaban hambre en el mundo como consecuencia de la guerra en Ucrania.
Por último, está quizá la amenaza más existencial para la producción de alimentos: la crisis climática y de biodiversidad. Los efectos del cambio climático ya están causando estragos en la producción de alimentos, tanto de forma directa como menos evidente. En 2022, el país sufrió una ola de calor sin precedentes que redujo la producción de trigo hasta un 25%. Esta escasez llevó al gobierno a prohibir la exportación de trigo, lo que demuestra el efecto dominó que la escasez específica de un país puede tener rápidamente en el sistema mundial. Un año después, tras las fuertes lluvias monzónicas que asolaron su cosecha de arroz, India volvió a prohibir las exportaciones, esta vez de arroz no basmati. India es sólo un ejemplo.
El clima extremo está afectando a la producción de alimentos en regiones productoras de cereales como Norteamérica, Australia y el sudeste asiático. Además, es probable que estos trastornos relacionados con el clima en los mercados mundiales de alimentos empeoren. La aceleración del cambio climático hace casi inevitable que se produzcan crisis de producción simultáneas en múltiples regiones del mundo, incluidas las que producen cultivos básicos comercializados a nivel mundial.
«El hecho de que las crisis alimentarias se hayan repetido una y otra vez en los últimos cincuenta años pone de manifiesto la vulnerabilidad del sistema alimentario industrial global»
Vulnerabilidades estructurales del sistema alimentario industrial mundial
La actual policrisis se hace eco de anteriores crisis alimentarias mundiales, en particular la de mediados de la década de 1970 y la ocurrida entre 2008 y 2012. Al igual que la actual, estas crisis anteriores se desencadenaron por una serie de factores que se entrelazaron de forma compleja, y los efectos sobre el sistema mundial fueron similares. La crisis alimentaria de los años setenta, por ejemplo, era inseparable de crisis geopolíticas, energéticas y económicas simultáneas, y se produjo en un contexto de sequías multirregionales. Del mismo modo, la crisis alimentaria de 2008 a 2012 estuvo ligada a una importante crisis financiera y se desarrolló en un contexto de aceleración del estrés climático y de ascenso de China como gran importador mundial de alimentos. En ambos casos, las crisis se desarrollaron de forma similar a lo que estamos presenciando hoy en día: desde la gran volatilidad de los mercados de cereales básicos hasta la especulación financiera desenfrenada en los mercados de materias primas, pasando por los déficits de producción y, por supuesto, el resultado inevitable: el aumento del hambre.
El hecho de que las crisis alimentarias se hayan repetido una y otra vez en los últimos cincuenta años pone de manifiesto la vulnerabilidad del sistema alimentario industrial global, su susceptibilidad a las averías causadas por perturbaciones en otros sistemas.
Destacan tres características de esta vulnerabilidad sistémica:
-
- producción industrial de alimentos basada en una reducida selección de cultivos básicos;
- un desequilibrio entre un pequeño número de Estados agroexportadores y muchos Estados dependientes de las importaciones;
- y mercados agroalimentarios mundiales altamente financiarizados y concentrados.
Los orígenes de todas estas características se remontan siglos atrás, al auge del capitalismo industrial, la producción agrícola temprana y el cambio tecnológico acelerado. Las prolongadas políticas de los Estados más poderosos del mundo no han hecho sino fomentar estas tendencias.
Producción industrial de alimentos
Hoy en día, la mayoría de los alimentos se producen con métodos agrícolas industriales que dependen de la mecanización, los fertilizantes químicos, los pesticidas y una variedad limitada de semillas, a menudo alteradas genéticamente. Este sistema ha animado a los productores a centrarse en una base muy reducida de cultivos básicos que pueden cultivarse en campos uniformes a gran escala. A escala mundial, este tipo de agricultura genera vulnerabilidad en el sistema alimentario de múltiples maneras.
«Hoy en día sólo tres granos de cereales - trigo, maíz y arroz - constituyen casi la mitad de la dieta humana y representan el 86% de todas las exportaciones de cereales»
El auge de la agricultura industrial a partir del siglo XIX, unido a la urbanización de Europa, fomentó la producción monocultural a gran escala de cultivos básicos. Esto se debió a varias razones, entre ellas la necesidad de un sustento fiable, barato y transportable para los trabajadores industriales. Desde el principio, este sistema se basó en unos pocos cultivos básicos que todavía hoy proporcionan la mayor parte del comercio mundial de cereales. De hecho, con el tiempo este enfoque se ha vuelto tan extremo que hoy en día sólo tres granos de cereales - trigo, maíz y arroz - constituyen casi la mitad de la dieta humana y representan el 86% de todas las exportaciones de cereales. Con la adición de la soja, estos cultivos juntos representan alrededor de dos tercios de la ingesta calórica humana.
La extrema dependencia de esta estrecha base de cultivos significa que si la producción o el comercio de cualquiera de los cuatro disminuye o se interrumpe por cualquier motivo -ya sea el cambio climático o las tensiones geopolíticas- la seguridad alimentaria mundial se ve amenazada.
Los sistemas de producción industrial concentrada también dependen de los productos petrolíferos para alimentar la maquinaria agrícola y en la producción de fertilizantes sintéticos a base de nitrógeno y pesticidas químicos. Los combustibles fósiles también se utilizan en el transporte de larga distancia de los cereales producidos para los mercados mundiales. La fuerte dependencia del sistema agrícola industrial de los combustibles fósiles no sólo lo hace sensible a las variaciones del precio del petróleo, sino que también contribuye al cambio climático. Las actividades de los sistemas alimentarios, desde los cambios en el uso de la tierra a la producción de alimentos, pasando por el transporte, son responsables de alrededor de un tercio de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero.
El desequilibrio entre exportadores e importadores
Un número muy reducido de países produce y exporta cultivos básicos a un número mucho mayor de países, que dependen de estos cultivos importados.. Esto produce un desequilibrio, en el que la seguridad alimentaria de gran parte del mundo depende de sólo un puñado de países. Por ello, las perturbaciones que socavan la producción en un solo país exportador pueden amenazar la disponibilidad de alimentos en muchos países.
«En la actualidad, cinco países concentran al menos el 72% de la producción de trigo, maíz, arroz y soja. Siete países, más la Unión Europea (UE), representan alrededor del 90% de las exportaciones mundiales de trigo, mientras que cuatro países representan más del 80% de las exportaciones mundiales de maíz»
La naturaleza altamente desequilibrada del sistema alimentario se remonta al auge de los métodos industriales de producción de cultivos a partir del siglo XIX. Los países de las regiones donde estos métodos se establecieron por primera vez - Norteamérica, Australia, Sudamérica y partes de Europa - dominaban los mercados de exportación de cultivos básicos. Esto también tiene que ver en parte con el paisaje de un país: en particular, la producción monocultural de exportación sólo era, y sigue siendo, posible en países con grandes extensiones de tierra cultivable. En la década de 1990, la liberalización del comercio agrícola consolidó estos patrones, pero también abrió la puerta a que algunos nuevos participantes se unieran al club de las potencias agroexportadoras, como hemos visto con el aumento de la producción de soja en Brasil y Argentina en las últimas décadas. En la actualidad, cinco países concentran al menos el 72% de la producción de trigo, maíz, arroz y soja.
Siete países, más la Unión Europea (UE), representan alrededor del 90% de las exportaciones mundiales de trigo, mientras que cuatro países representan más del 80% de las exportaciones mundiales de maíz. Las exportaciones de cereales son una fuente clave de ingresos para estos países, por lo que tienen un gran interés en mantener este sistema. Como tales, los países exportadores tienden a influir y configurar las reglas del comercio mundial de manera que refuercen su poder exportador.
La dependencia de las importaciones de alimentos se ha intensificado en el último medio siglo. Aunque muchos países producen cereales básicos para su propio consumo, la mayoría no produce lo suficiente para satisfacer la demanda interna.y, por tanto, dependen de los mercados mundiales para compensar el déficit. Esta oferta insuficiente no se debe a la falta de intentos por parte de estos países. Una de las principales razones por las que la producción ha disminuido en estas regiones es su incapacidad para competir con los métodos agrícolas altamente industrializados de los países agroexportadores. Además, estos métodos suelen estar subvencionados en los países exportadores, lo que socava aún más los medios de subsistencia de los pequeños países productores de alimentos del Sur Global.
Al mismo tiempo, los programas neoliberales de ajuste estructural impuestos por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) en las décadas de 1980 y 1990 animaron a los países del Sur Global a desprenderse de la producción de alimentos y, en su lugar, centrarse en la producción de cultivos de exportación como el café, el té y el cacao y en la compra de alimentos básicos en el mercado mundial. Políticas como éstas han hecho que muchos países del África subsahariana, por ejemplo, hayan desarrollado una dependencia de la importación de alimentos que no tenían hace 50 años.
«Un puñado de poderosas empresas transnacionales domina actualmente los mercados de cereales, altamente financiarizados. El papel preponderante que un pequeño número de poderosos actores empresariales y financieros desempeñan en estos mercados significa que las perturbaciones pueden provocar enormes oscilaciones de los precios»
Mercados financiarizados y concentrados
Un puñado de poderosas empresas transnacionales domina actualmente los mercados de cereales, altamente financiarizados. El papel preponderante que un pequeño número de poderosos actores empresariales y financieros desempeñan en estos mercados significa que las perturbaciones pueden provocar enormes oscilaciones de los precios. Estas drásticas oscilaciones afectan tanto a la capacidad de las personas para acceder a los alimentos y comprarlos como a la de los productores para acceder a insumos agrícolas como semillas, pesticidas y fertilizantes. Los mercados agroalimentarios financiarizados empezaron a dominar el sistema agroalimentario mundial a mediados del siglo XIX, paralelamente al auge de los métodos de producción industrial y al aumento del comercio mundial de cultivos básicos.
En la actualidad, los mercados de futuros financiarizados permiten a los inversores obtener enormes beneficios del comercio de cereales, pero estos mercados son propensos a una volatilidad extrema de los precios de los alimentos. Como son relativamente pocos los grandes actores financieros que especulan con los cereales, estos mercados son propensos a la volatilidad, especialmente cuando esos inversores inundan los mercados de futuros de materias primas justo en el momento en que el sistema alimentario está más amenazado. En las últimas décadas se ha producido un debilitamiento de las normas relativas a la inversión financiera en estos mercados. El resultado ha sido que un creciente elenco de inversores, desde empresas de gestión de activos a fondos de cobertura y fondos de pensiones, se han precipitado a los mercados de materias primas agrícolas justo cuando los precios estaban subiendo, empujando aún más al alza los precios de los cereales.
Las grandes empresas transnacionales también se hicieron con el dominio tanto del comercio de cereales como de las industrias de insumos agrícolas a mediados y finales del siglo XIX, y estos sectores del sistema alimentario han permanecido muy concentrados desde entonces. Las empresas ABCD (Archer Daniels, Bunge, Cargills y Louis Dreyfus) controlan entre el 50% y el 70% del comercio mundial de cereales, además de partes considerables de la cadena de procesamiento de alimentos. Estas empresas han obtenido beneficios récord en los últimos años, mientras los precios de los alimentos se han disparado. Ésta es sólo una muestra de la forma en que el capital se beneficia directamente de la crisis alimentaria mundial.
«Las empresas ABCD (Archer Daniels, Bunge, Cargills y Louis Dreyfus) controlan entre el 50% y el 70% del comercio mundial de cereales. Estas empresas han obtenido beneficios récord en los últimos años, mientras los precios de los alimentos se han disparado»
Soluciones falsas
Las vulnerabilidades estructurales del sistema alimentario industrial mundial están al servicio de intereses concretos: Estados poderosos, empresas privadas e inversores financieros, todos los cuales se han beneficiado de él desde la expansión del capitalismo industrial en el siglo XIX.
Este sistema ha perdurado, no porque sea la mejor manera de proporcionar seguridad alimentaria mundial, sino porque sirve a la acumulación de riqueza y poder. Cada vez es más evidente que cuanto más se reconfigura la agricultura mundial para beneficiar a este conjunto de intereses, más expuesta queda a crisis y trastornos en otros sistemas.
Dado que estas características del sistema alimentario sirven a poderosos intereses, no debería sorprendernos que las respuestas dominantes -especialmente las promovidas por las grandes empresas, los gobiernos agroexportadores y ciertas instituciones mundiales- no aborden los problemas estructurales subyacentes. Por el contrario, las "soluciones" que estos actores proponen funcionan para afianzar aún más estas características. Esto fue evidente en el despliegue de la revolución verde en los años sesenta y setenta, la revolución genética en los noventa y, más recientemente, el uso de la inteligencia artificial (IA) en la agricultura. Cada una de estas iniciativas se empaquetó con la narrativa de que la producción de alimentos debe aumentar dentro del marco industrial actual si queremos tener una esperanza de hacer frente al hambre en el mundo.
La Cumbre de la ONU sobre Sistemas Alimentarios (CMNUCC) de 2021 también ejemplificó este enfoque. Anunciada como un foro para catalizar "soluciones revolucionarias" para acabar con el hambre, la cumbre se vio en gran medida dominada por poderosos intereses empresariales. Esta influencia fue tan extrema que provocó un boicot por parte de grupos progresistas de la sociedad civil y movimientos sociales. Un ejemplo de la forma en que esta participación empresarial distorsionó el enfoque de la CMNUCC fue el gran énfasis que la cumbre puso en el aumento de la producción de alimentos a través de innovaciones tecnológicas, como la agricultura digital y la edición del genoma. Aunque estas tecnologías se presentaron como una nueva forma de apoyar la sostenibilidad, en realidad no hicieron sino afianzar aún más el enfoque dominante de la agricultura.
Cuando los precios de los alimentos se dispararon en el primer trimestre de 2022, poderosos Estados, instituciones internacionales y actores empresariales pusieron en marcha una serie de iniciativas para hacer frente al hambre y a la situación alimentaria. Por ejemplo, en mayo de 2022, los ministros de Desarrollo del G7 lanzaron la Alianza Mundial para la Seguridad Alimentaria (GAFS) como un esfuerzo conjunto con el BM. En septiembre del mismo año, 100 gobiernos adoptaron la Hoja de Ruta para la Seguridad Alimentaria Mundial - Llamamiento a la Acción, presentada en una Cumbre de Líderes sobre Seguridad Alimentaria Mundial organizada por la ONU. Ambas iniciativas pretendían coordinar la financiación de la "preparación para la crisis" de los países en desarrollo y se inscribían firmemente en el marco de los métodos de producción industrial de alimentos, el comercio abierto y las asociaciones con la industria. La declaración de la Cumbre de Líderes hizo hincapié en la necesidad de "innovaciones agrícolas basadas en la ciencia y resistentes al clima". Paralelamente, la Corporación Financiera Internacional del BM creó una Plataforma Mundial de Seguridad Alimentaria que está invirtiendo 6.000 millones de dólares para mejorar el acceso a los fertilizantes, al tiempo que apoya a las empresas privadas para que realicen inversiones a más largo plazo.
«Al pedir que se intensifiquen los insumos industriales, estos poderosos intereses sólo fomentan la continuación de un sistema agrícola dependiente de los combustibles fósiles. Es más, abogan por una dependencia aún mayor de las cadenas mundiales de suministro»
Por su parte, el sector privado lanzó a mediados de 2022 la coalición Global Business for Food Security con el apoyo de Francia, la Comisión Europea (CE), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el Programa Mundial de Alimentos (PMA), el Banco Europeo de Inversiones y la Fundación Bill y Melinda Gates. Esta coalición empresarial pretende mejorar el acceso a insumos agrícolas y productos alimentarios básicos, apoyando al mismo tiempo el desarrollo de "cadenas de valor sólidas en países frágiles, especialmente en África". Entre los miembros de la coalición figuran algunas de las mayores empresas agroalimentarias del mundo que dominan los mercados concentrados de cereales, como ADM, Cargill, Bunge y Dreyfus, y de insumos, como el gigante de los fertilizantes Yara y la empresa de semillas Limagrain. Al pedir que se intensifiquen los insumos industriales -incluida la transformación basada en la "innovación" y un mayor acceso a los fertilizantes químicos-, estos poderosos intereses sólo fomentan la continuación de un sistema agrícola dependiente de los combustibles fósiles. Es más, abogan por una dependencia aún mayor de las cadenas mundiales de suministro.
Esto sólo ampliará el poder de los países que ya dominan el comercio de productos básicos. En consecuencia, el hecho de recurrir a otros países para que suministren cultivos especializados debilita aún más la seguridad alimentaria de dichos países al mantenerlos dependientes de las importaciones de alimentos. Además, el llamamiento de los Estados poderosos a colaborar con la industria pasa completamente por alto el problema de la concentración empresarial. Aunque estas iniciativas apuntan a la necesidad de vigilar los mercados agroalimentarios financiarizados, estas medidas no tienen como objetivo la regulación, sino compartir mejor la información del mercado, lo que en última instancia beneficia a los Estados exportadores y a los intereses corporativos.
Sistemas alimentarios alternativos
Mientras los poderosos intereses se beneficien del actual sistema alimentario mundial, no tendrán ningún incentivo para introducir transformaciones significativas en él. Esto significa que la acción debe ser tomada por el pueblo, para el pueblo.
En la actualidad, los actores poderosos prosperan gracias a la concentración y la uniformidad de los sistemas alimentarios, dos factores que socavan directamente la resiliencia. Por lo tanto, para lograr un cambio radical necesitamos diversidad en la producción, distribución y consumo de alimentos. En términos de producción, es vital romper con el modelo industrial de agricultura que se ha vuelto tan hegemónico en los últimos siglos. Estados poderosos y grandes empresas han promovido este sistema a pesar de que ha causado enormes daños a los propios ecosistemas y sistemas sociales necesarios para que prospere la producción de alimentos.
«Mientras los poderosos intereses se beneficien del actual sistema alimentario mundial, no tendrán ningún incentivo para introducir transformaciones significativas en él. Esto significa que la acción debe ser tomada por el pueblo, para el pueblo»
Necesitamos cambiar urgentemente a sistemas de producción ecológicamente racionales y resistentes al clima que no dependan de insumos que consumen mucha energía, como los fertilizantes químicos. Reducir la dependencia de estos insumos industriales ayudaría a aislar los sistemas agrícolas de las perturbaciones de los mercados mundiales de energía, fertilizantes y productos agroquímicos. Los sistemas de producción ecológicamente orientados también deben poner a las personas en el centro, proporcionándoles medios de subsistencia y alimentos nutritivos en primer lugar. Esto debe combinarse con la democratización de los sistemas de producción, capacitando a las personas para determinar cómo se diseñan y funcionan estos sistemas.
La agroecología es uno de esos sistemas. Centrada en el principio de la diversidad, incluye métodos como el cultivo intercalado de diversas especies, la rotación de cultivos, la agrosilvicultura, el compostaje y la integración de cultivos y ganado, todos los cuales mejoran la agrobiodiversidad. Los sistemas agroecológicos también promueven la diversidad en un sentido más amplio al incorporar los objetivos políticos de equidad y agencia. Este modelo ya está ganando adeptos en varios países, y hay pruebas de su potencial para satisfacer las necesidades alimentarias de forma menos perjudicial que la agricultura industrial. Los sistemas agroecológicos también fomentan la diversidad dietética, promoviendo otros cultivos como el mijo, el sorgo, los cacahuetes o las raíces y tubérculos. Este enfoque se opone a la estrecha base de cultivos básicos que ha llegado a dominar la dieta humana.
En cuanto a la distribución, es esencial aumentar la capacidad de cada país para cultivar más alimentos de los que consume. Reducir la dependencia de las importaciones de alimentos contribuirá a garantizar que, cuando se produzcan las crisis, éstas no generen una crisis. Esto no significa una autarquía total, sino un equilibrio mucho mejor de dónde proceden los alimentos, tanto en términos de mercados locales como globales. Si se llevan a cabo con métodos agrícolas sostenibles y equitativos, los esfuerzos por lograr una mayor autosuficiencia en la producción de cultivos básicos también pueden apoyar a la población local mejor de lo que jamás lo harán las empresas multinacionales y los Estados poderosos.
Una forma de trabajar por el objetivo de una distribución de alimentos más centrada en las personas es apoyar los mercados territoriales. Estos mercados suelen estar más directamente vinculados a los sistemas alimentarios locales, nacionales y/o regionales. Esto suele significar que las cadenas de suministro son más cortas y que están arraigadas.
«Los sistemas alimentarios centrados en las personas deben contrarrestar activamente los mercados agroalimentarios corporativos y financiarizados. Se trata de algo más que de crear espacios alternativos de producción y distribución. Significa también perseguir cambios normativos que impidan a los actores poderosos moldear los mercados para proteger sus propios intereses»
Como tales, los mercados territoriales encarnan las condiciones y los conocimientos locales y fomentan las relaciones comunitarias y regionales. Los mercados territoriales tienden también a ser menos jerárquicos, con una elevada participación de pequeños productores de alimentos que son proveedores vitales de alimentos en los países en desarrollo, pero cuyo sustento se ve amenazado por la expansión de las cadenas de suministro mundiales dominadas por las empresas. Estos tipos de mercados prestan servicios que van mucho más allá de los alimentos como mera mercancía de mercado. Incorporan principios de inclusividad y, por su propia naturaleza, promueven la diversidad. La distribución de alimentos dentro de los territorios también favorece los objetivos de biodiversidad y cambio climático por dos razones: valoriza los cultivos específicos locales y significa que se necesita menos energía de combustibles fósiles para el transporte.
Por último, los sistemas alimentarios centrados en las personas deben contrarrestar activamente los mercados agroalimentarios corporativos y financiarizados. Se trata de algo más que de crear espacios alternativos de producción y distribución. Significa también perseguir cambios normativos que impidan a los actores poderosos moldear los mercados para proteger sus propios intereses.
Sin esto, cualquier esfuerzo por promover los mercados territoriales podría verse fácilmente desbordado por los actores corporativos y los inversores financieros, que por supuesto ejercen una enorme influencia sobre la gobernanza y los mercados agroalimentarios.
Un motivo de optimismo es el creciente movimiento que se opone al poder empresarial en el sistema alimentario. Sin embargo, se necesita más.
Un gran paso en la dirección correcta sería normas mucho más estrictas en materia de conflictos de intereses para las empresas, junto con políticas antimonopolio y de competencia más estrictas para evitar los monopolios y oligopolios empresariales en los sistemas alimentarios. Del mismo modo, desde la crisis de los precios de los alimentos de 2008 a 2012, se han multiplicado los llamamientos en favor de una regulación más estricta de los agentes financieros del sistema alimentario.
«Un gran paso en la dirección correcta sería normas mucho más estrictas en materia de conflictos de intereses para las empresas, junto con políticas antimonopolio y de competencia más estrictas para evitar los monopolios y oligopolios empresariales en los sistemas alimentarios»
Por último, una regulación más estricta de los mercados de futuros de materias primas ayudaría a reducir las inversiones especulativas que impulsan la volatilidad de los precios de los alimentos y pueden provocar picos en los mismos.
En conjunto, cada uno de estos pasos vitales -sistemas de producción de alimentos más ecológicos, reducción de la dependencia del comercio de alimentos a larga distancia y freno al poder corporativo en el sistema alimentario- hará que los sistemas alimentarios sean más resistentes y menos vulnerables a la policrisis general.
[Este artículo forma parte del dossier conjunto de la Fundación Rosa Luxemburg y Alameda Semillas de soberanía: Impugnación de la política alimentaria]